DICCIONARI D'AUTORS I OBRES DE RELIGIOSOS CARMELITES DESCALÇOS A LA PROVÍNCIA DE SANT JOSEP DE CATALUNYA I TERRES DE PARLA CATALANA (1586-1835)

 

Francesc de Jesús Maria, Gorgoglioni Rosso (c. 1626-1669)

Francesc Gorgoglioni (o Gorgollon) Rosso va néixer cap al 1626. Era fill de Gianbattista Gorgoglioni i de Francesca Rossi, tots dos naturals de Spotorno, a la regió de Finale, senyoria de Gènova.

La família genovesa Gorgoglioni es va instal·lar a Barcelona cap al 1620, com a agents dels banquers genovesos establerts a la cort hispànica. Estaven emparentats amb una altra família de Sportono que va fer fortuna a Catalunya, els Bensi.

Vest.: 26.12.1640, als 14 anys, amb el nom de Francesc de l’Expectació. Prof.: 28.5.1643, canvià el nom a Francesc de Jesús Maria.

La precocitat de la seva vestició, alguna cosa tindria a veure amb la situació política del Principat, mig any després del Corpus de Sang, i amb la seva procedència d’una família relacionada amb els financers genovesos que proporcionaven recursos a la monarquia i que foren especialment malvistos com a aliats de la Corona (una nau genovesa havia de permetre el virrei Santa Coloma escapar de la ira dels revoltats durant el Corpus de Sang). La colònia genovesa de Barcelona durant les primeres dècades del segle XVII va tenir una situació de privilegi en les finances de la Corona. La seva endogàmia i el caràcter dels seus interessos econòmics, centrats en les relacions entre Castella i Gènova, i gaudint sempre de liquiditat i protecció de la monarquia, motivaren que les seves relacions amb la societat catalana no fossin especialment bones, i fins i tot arribaren a ser conflictives en algun moment.

El jove Francesc destacà aviat per les seves qualitats, que conduïren els seus superiors a proposar-li el càrrec de procurador general a Roma, dignitat que va rebutjar per la seva humilitat. Va ser lector de teologia escolàstica a Mataró. Sotsprior de la comunitat de Barcelona entre 1656-1658. Prior de Girona el 1658, només durant quatre mesos. Prior de Tarragona des del setembre de 1658 fins al maig de 1661. Prior del col·legi de Reus de 1661 a 1664.

El 1664 va ser comissionat per l’orde per anar a tractar la permanència del convent de Sant Josep de Perpinyà dins la província de Sant Josep de la Corona d’Aragó i la Congregació espanyola, ja que els carmelites descalços de la Congregació italiana, un cop signada la pau dels Pirineus (1659) s’havien apropiat el convent (22.8.1660). Aquest fet motivà protestes i converses al més alt nivell polític, en què fra Francesc va participar directament. Amb la base de les lletres pontifícies de la creació de les congregacions descalces d’Espanya i d’Itàlia, de 1600, Perpinyà quedà definitivament sota la jurisdicció de la província carmelitana d’Aquitània (Beltran Larroya 1986: 127 i 131). L’historiador de la província de Catalunya puntualitza dient que “al tercer año del priorato de Reus, le envió la Orden a París [...] porque no halló sujeto más cabal para tanto negocio” (Joan de Sant Josep. Anales, p. 540). El religiós s’hostatjà al convent de carmelites descalços de París -fundat el 22.5.1611- durant el seu pas per la cort francesa. En aquesta missió diplomàticava va ser acompanyat per Jeroni de la Concepció, Romaguera (c. 1634-1693).

Tornà a ocupar el priorat de Tarragona de 1664 a 1667. Durant els dos priorats tarragonins, “como fueron después de las guerras del año 1640, cuando quedó aquella tierra con suma esterilidad y pobreza, no le faltó en qué ejercitar bien su grande confianza en la providencia del cielo, porque la de la tierra andaba muy escasa. Sin embargo, no sólo aguantó el primero, sino que en el segundo pudo mejorar mucho la casa. Especialmente la sacristía de ornamentos; hizo la librería -biblioteca- nueva” (Joan de Sant Josep, ibídem).

Prior del col·legi de de Lleida des de maig de 1667 fins a la seva mort el 26.7.1669.

L’historiador Joan de Sant Josep, que el va conèixer bé, en deia: “Admiraron todos la claridad y profundidad de su ingenio, no solo en la cáthreda sinó también en el púlpito, en que tenia mucha gracia. Puso también mucho estudio en los sagrados cánones y mostró tener grande comprehensión dellos, en algunos papeles que trabajó sobre graves consultes. En el argüir estava siempre sereno y sin alterarse, profundizava y adelantava bastantemente el argumento.” De tal manera que “dexó admirados los dos conventos de aquella Corte [de París] de su mucha religión y letras” (Joan de Sant Josep, ibídem).

El convent de Barcelona va dedicar-li una extensa memòria necrològica malgrat que, de fet, va romandre a la ciutat poc temps i va morir a Lleida: “Dicho padre fray Francisco llamábase en el siglo Francisco Gorgollón, hijo de Juan Bautista Gorgollón y de Francisca Gorgollón y Rosso, todos, con el hijo, naturales de la villa de Espotorno, ducado o señorío de Génova. Fueron sus padres mercaderes. Tomó el hábito en este convento de San José, de Barcelona, por manos de nuestro padre fray Gabriel de Jesús María, que, a la sazón, era maestro de novicios de esta casa. Tenía de edad sólo 14 años. Lo que no debían saber los examinadores por ocasión de no poder tener a mano tan presto la fe del bautismo por ser tierra tan apartada. Le llamaron, el año de noviciado fray Francisco de la Expectación, y en la profesión -que fue a 28 de mayo de 1643 en manos del padre fray Juan de san Rafael, prior de esta casa de Barcelona- le mudaron el nombre y le llamaron fray Francisco de Jesús María. Tomó el hábito a 26 de diciembre de 1640. Fue este religioso uno de los mayores sujetos que ha tenido esta provincia, por acompañarle todas las prendas que pueden condecorar a uno por grande. Muy letrado en lo filosófico, escolástico positivo y moral teología, y aún de leyes era noticioso con no haberlas profesado. Porque con su vivo y asentado ingenio todo lo que emprendía asimilaba junto con el mucho estudio. Pues de ordinario estaba sobre los libros.

Tenía un trato y agrado con todos, así religiosos como seglares, que no hablaba con nadie que no le robase el corazón. Y aunque tenía una gravedad nativa, no por eso dejaba de atraer a todos los que trataba. Porque iba acompañado con una sinceridad cristiana y modestia religiosa llena de humildad sin desdeñarse de tratar con la más humilde viejecita, si esto conducía al bien de su alma. Y como su postura era de un ángel, sus palabras todas de Dios, su aspecto muy gracioso: porque era alto de cuerpo, en proporción tiraba más a flaco, aunque el rostro era algo lleno, si bien con el mucho rigor de la observancia y estudios se le había algo extenuado, y de redondo se le había puesto algún tanto largo; era blanco como un alabastro, muy prudente y dulce en sus palabras, y éstas siempre provechosas. Y como era tan general en todas materias, no había persona, de cualquier estado que fuese, que no le oyese de buena gana. Porque con su prudencia (que era mucha) encaminaba las pláticas según la condición y profesión de quien trataba. Esto es en cuanto a lo natural de las prendas de este acabado varón.

En lo moral fue, este religioso, muy ejemplar, y hizo grande duelo a toda la provincia su temprana muerte. Pues murió a 43 años de edad, cuando había de dar más sazonados frutos. En este poco tiempo que vivió ocupó los puestos siguientes: fue suprior de Barcelona; prior de Gerona una vez, de Tarragona dos, una de Reus y últimamente murió prior de Lérida. Y según su virtud, prudencia y madurez, podía ocupar el superior puesto de la Religión. Querían ya enviarlo a Roma por Procurador general de aquella Corte. Mas él se dio tanta prisa en la observancia regular, en no perdonarse a ningún rigor de la Religión, cuando sus muchas ocupaciones, estudios y delicada complexión pedían algún alivio, que no lo quiso admitir, aunque fuese muy lícito y permitido en la Religión, por considerarse prelado y por consiguiente más obligado al ejemplo. Los que dio, este venerable padre, el tiempo que merecí tenerle por mi prelado, que fueron tres años en el Colegio de filosofía de nuestra convento de San Juan Bautista, de la villa de Reus, podían ocupar muchos cuadernos. Tocaré alguno en que se declare lo macizo de su virtud.

Lo que más campea e ilustra a un prelado es la virtud de la caridad con aquellos que Dios le ha encargado, como lo vemos en Cristo, Señor nuestro, norma de prelados, que cumplió tan exactamente, con este particular, que no tuvo término su caridad con los que su Padre le había encargado hasta dar la vida por ellos. A este modo, nuestro buen padre fray Francisco, el tiempo que gobernó, todo su anhelo era asistir en lo espiritual y temporal a sus hijos. Y ésto con entrañas de un amoroso padre. Cuando veía a alguno necesitado en lo temporal no lo podían sufrir sus entrañas sin que lo remediase, aunque fuese a costa suya. Sirva de prueba de esto lo que le sucedió en un año, de estos tres, que gobernó en Reus.

Fue éste muy frío. Había un hermano donado al cual le faltaba túnica exterior para defenderse del frío; no había posibilidad en la casa para acudirle con aquella parte de vestuario. Pues ¿qué medio halló la caridad de su prelado? Desnudóse de la que traía vestida. Desnudóse por vestir al desnudo. Y así el hermano Donado quedó remediado a costa de nuestro santo prior. Porque, luego, experimentó la falta del necesario abrigo, porque le envistió un fiero catarro que sufrió no con menos pena de sus queridos hijos. ¡Qué gozo suyo por haber asistido a su hijo, aunque tan a costa suya!

Parece no tenía otro anhelo sino asistir al alivio y regalo permitido de sus súbditos, cuando era tan descuidado del suyo. Y parece manifestó el Señor lo mucho que ésto le agradaba en un caso bien raro, que lo referiré sin escrúpulo por haber sido testigo de todo él.

El día de San Pedro, apóstol, del año de 1662 u 1663, quería el santo prelado dar a la comunidad el alivio de cenar fuera del refectorio, por ser día de tan gran santo, ser Patrón de la villa, y hallarse los religiosos cansados por haber asistido a la general y solemne procesión, que en aquel día se hace por la villa. Mas la pobreza del convento era tan extremada que no se había podido comprar segundo plato. De lo cual estaba afligido el amoroso padre. Mas estando con esta pena entraron dos religiosos a su celda -que eran el padre fray Juan de San Buenaventura, procurador del convento, y el hermano Antonio de San Jerónimo. Comunicóles la aflicción en que se hallaba y que le faltaba un plato para ministrar a la santa comunidad. Al cual le respondieron: padre nuestro, no se aflija vuestra reverencia que nosotros traemos plato, porque ha de saber que, yendo cerca del mar, vimos como un grande pez salía a la orilla, fui allá (dijo el hermano Antonio) y abrazándome con él lo saqué, y puesto sobre aquel jumentillo lo traemos. El pez se llamaba espasa. Con que viendo aquella tan amorosa providencia del Señor le sirvió de motivo para alabarle y deseo de servir a una comunidad de quien así cuidaba su Divina Majestad. Unos lo atribuyeron a favor y merced del sagrado Apóstol que, como a pescador, nos pescó, o por su medio le pescó el hermano para que celebrásemos con más alegría su fiesta. Otros a los méritos del santo prelado.

Lo que yo sé decir es que, habiendo estado muchos años en el campo de Tarragona y en partes marítimas, jamás he oído decir tal, que ninguno pescase tal manera de pez en la orilla del mar. Y así juzgo fue particular providencia de Dios merecida de un tan santo prelado. Lo cierto es que tuvimos un buen día de San Pedro, y los platos que a la comunidad santa se ministraron fueron bellos. Y yo comí de dicho pescado. Y con haber unos 27 años que esto pasó, tengo las especies tan frescas como si hoy mismo me mirara el plato que aquel día ministraron. Bendito sea Dios que tan amoroso se muestra con sus criaturas, aún en cosas tan mínimas! No sólo se extendía su caridad a sus religiosos, mas también a los seglares necesitados.

El año 1661, se empezaron las Artes en aquel colegio, fue de grande hambre. Y se juntaba a esto el haber hallado aquella casa del todo desmantelada, y ser los religiosos unos 40, poco más o menos. Pues siendo así que el hambre era tanta, las conveniencias de la casa poquísimas, su piadoso corazón no dejó de asistir a todos; a la portería acudían trescientos pobres. Todos se iban socorridos. Para esto había dispuesto que dos colegiales todas las tardes, yendo por su orden a cada uno la tarde que le tocaba, pedíamos por las puertas hortalizas para los pobres. A la recreación de la tarde toda la comunidad se entretenía en limpiar las berzas o espinacas, etc., para los pobres. El día siguiente tenía cuidado el padre Pasante, que era nuestro padre José de Jesús María, el que fue Visitador general de las Indias, de tomar una grande caldera y sazonar dichas hierbas. Yo merecí ser su ayudante en este ministerio que todos hacíamos como la cosa de mayor gusto por lo que dábamos a nuestro prelado y, en él, a Dios.

Con esta diligencia y con ocho o más panes, que llaman de real, que se daban a la portería, sin las otras muchas limosnas secretas, se remedió muchísima gente. Y el convento, por eso, no tuvo menos, antes se experimentó en aquel año, con dar tanto pan a los pobres, se gastó menos trigo; se hizo un terno en la sacristía, que hoy día es el mejor de aquella casa, pues se sirven de él para los días de las Pascuas y de primera clase; se hicieron algunas obras, y la huerta se benefició: en particular se plantaron las parras que están al derredor de la dicha huerta acomodándolas de modo que para muchos años puedan servir de adorno para aquella huerta y de mucho provecho, como hoy día lo son.

En lo que mucho se esmeró y dio raro ejemplo fue en la observancia regular, procurando que ésta fuese, en sus conventos, sin quiebra alguna, reprendiendo con entereza cualquier defecto en ella. Siendo él, el primero que iba delante en todo lo que era rigor, sin admitir, en lo particular, el menor alivio aunque lo pudiese tomar sin nota. Bien da a entender esto lo que le pasó en dicha villa de Reus. En los tres años, que allí fue prelado, los dos predicó dos cuaresmas en una villa del campo de Tarragona: iba y volvía a pie con su capa a cuestas, sin permitir que el compañero, que era un hermano corista, le aliviase con llevársela. Llegaba al convento, y cuando por su cansancio debía tomar algún refrigerio -a otros de más fuerzas y de más leve ocupación permitido- no lo quería tomar. Aunque fuese un pobre platillo a la colación de la misma noche que llegaba fatigado del camino y de su predicación. Su mayor refresco era incorporarse en la comunidad y seguir su observancia y dar ejemplo a la gente joven del Colegio. Que éste era siempre su cuidado: de que los colegiales, que después habían de gobernar la Religión, se criasen con dictámenes de rigor y penitencia. Siendo en esto como un segundo Nicolás de Jesús María Doria.

Y finalmente, puedo decir que por guardar en su persona este tesón de no quebrantar, aún en lo más mínimo, el rigor de la observancia, sin admitir en sus muchos trabajos de estudios, predicaciones y viajes largos, en que la Religión le ocupaba, perdió la vida. Porque como el trabajo era continuo, la complexión delicada, su descuido en mirar por su salud grande -que parece no había de haber ningún alivio para él fue el natural, poco a poco, gastándose. Y cuando le dio el tiempo de súbdito (que fue poco) algún lugar para descansar algún tanto, el alivio que tomó fue irse al santo Desierto. Donde, como estaba ya tan quebrantado de salud, con el penitente alimento y salobre del pescado, que allí de ordinario se administra, se acabó de perder. Y le dio una tos, y con ella una etiquez y tiriquez, que, poco a poco, se fue consumiendo hasta acabarle la vida. Dichosa ésta, pues acabó en obsequio de la observancia regular. Y dejó a la posteridad un ejemplo digno de ser imitado, por no dar en el precipicio que muchos, pues no faltan y aún sobran, que por ser asistidos en sus achaques -y las más veces imaginados- dejan a una parte la observancia y se dan a la remisión. Plegue a Dios, y le ruego que así sea, que lo que digo sea sólo dicho por mí y no suceda en la Religión. Que si al contrario alguno lo experimenta, ninguna excusa tendrá, delante de Dios, a la vista de un ejemplo tan digno de que tenga de él noticia la posteridad.

Las prendas de este incomparable varón eran tales que no daban lugar a los prelados superiores le dejasen un instante sin muchos empleos. Todos dignos de su prudencia, sagacidad y modo de proceder religioso. Y así, ocupando aún el oficio de prior del Colegio de Artes, de San Juan Bautista, de la villa de Reus, le envió la Religión toda a París a negociar con el rey de Francia, Luis XIV, viniese bien en que nuestro convento de San José, de Perpignan se quedase a la obediencia de los prelados de España.

Consiguiólo del rey después de haberle hablado. Mas faltó éste a su palabra. Porque antes que nuestro padre fray Francisco saliese de París se desdijo de lo concedido. A lo que se entendió instado de algunos sus colaterales que le representaron algunos inconvenientes en la execución de dicha gracia. Díjole, pues, nuestro buen padre al rey: “Señor, vuestra majestad ¿no me ha concedido ya este favor?” Respondióle el francés: “¿He de ser yo esclavo de mi palabra?” Mortificóse, grandemente, el buen padre de este desaire, y ver frustrados sus trabajos, y aquel primitivo convento desmembrado de la provincia. Las reinas de Francia, madre y reinante, con otras señoras de la Corte, hicieron a nuestro santo prior mil favores, y sintieron su mortificación. Los religiosos franceses le agasajaron como merecían sus prendas. Y en retorno de estos agasajos los satisfizo con buen ejemplo y aún doctrina. Porque le suplicaron les predicase. o hizo en latín. Y en las conclusiones que asistió dio a conocer, a aquella nación, lo grande de sus letras.

No dejaré de decir aquí lo que le pasó en París digno de ser sabido. l importunarle aquellos buenos de nuestros padres saliese a la ciudad para ver las grandezas de ella, estimó mucho el agasajo, como tan agradecido y humilde. Mas respondió: “Padres, la obediencia me ha enviado a Francia no para ver sino para diligenciar lo mandado por ella”. Quedóles tan impreso este dicho, con los otros ejemplos, que en su provincia notaron que, con haber más de 26 años que allá estuvo, todavía les dura la memoria de su santo modo de vida tan religiosa y el recuerdo de sujeto de prendas tan relevantes.

La Religión, como las tenía éstas tan conocidas, le dispensó en que gobernase nueve años continuados. Cosa que, en más de 30 años que tengo de hábito, no he visto otro tal en la Religión. Mas la de este padre era tanta que no era mucho que los prelados hiciesen, con su reverencia, lo que no hacen con los otros, por experimentar muy crecidas medras espirituales y temporales en las casas que tenía a su cargo. Tarragona le debe mucha parte de su renta porque ésta estaba muy confusa por falta de papeles Mas la inteligencia de nuestro entendido padre, en las dos veces que dicha casa gobernó, lo aclaró todo finalmente.

Un sujeto de tantas gracias era digno de las mayores ocupaciones. Y las hubiera ocupado infaliblemente a no arrebatarlo tan intempestivamente la muerte. Porque para tratar con príncipes, reyes y sumo pontífice de la Iglesia, de ninguno más a propósito podía la Religión echar mano. Porque parece que Dios le había criado para cosas grandes a la medida que se humillaba. Y ansí era tanta la estimación de este gran sujeto en el pueblo, que éste pensó, cuando iba a París, que iba a Roma para ser cardenal.

Sazonado, pues, con tantos ejercicios de virtudes quiso el Señor llevárselo para sí y darle el premio de tantos méritos. Siendo, pues, de 43 años de edad y 26 de profeso, siendo actual prior de nuestro Colegio de San José, de Lérida, se le fue aumentando la etiquez. Lleváronlo a esta casa de Barcelona para ver si con el clima más benigno y mejor asistencia hallaría algún alivio su mal. Mas no lo halló. Porque siempre, siempre, fue el mal cundiendo como tan arraigado. Y últimamente, el día 26 de julio de 1669, habiendo oído misa, confesado y comulgado por devoción, le dio un gran golpe de sangre de una vena, que se le había rompido, que dentro de poco espacio le ahogó, y sólo dio lugar para recibir la santa Unción. Queriendo la divina abuela -santa Ana- llevar a la gloria a este gran operario de la florida viña de su querida hija, María, la Religión del sagrado Carmelo. A donde podemos, piadosamente, creer goza de los sazonados frutos que con sudores suyos cogió en ella viviendo acá. Cayó, este día, una columna fortísima de la observancia regular; una norma de prelados descalzos carmelitas; un dechado de humildad y de modestia angélica; un despertador de la caridad cristiana; un alma tan asistida de la divina gracia que, fortalecida con ella, parece gozaba ya de la inmunidad impecable. Pues más parecía de aquellos que, dejada ya la naturaleza inficionada de Adán, participaba de suma inocencia a fervores de la divina gracia, por ser esta tan superabundante en su alma, que, por más que la atención se desvelase en registrar sus acciones, no notaba en ellas la más mínima falta. Finalmente, nos vimos, en este día, privados de un ángel, que, dejando esta mortal vida, fue a gozar la inmortal por un sin fin.

Doy, pues, con mucha razón el pésame a mi Religión sagrada, y sin duda que todos los que conocieron y gozaron de las prendas, virtudes y ejemplos de este incomparable varón harán lo propio, de una pérdida tan crecida. Pues en este sujeto perdió la Religión un general; la provincia un padre. Un padre, digo! Pues con todos los hijos de ella hacía oficios de un cariñoso y amable padre. Los conventos todos de esta santa provincia deben lastimarse. Pues en él perdieron su mayor bienhechor. Porque el que le mereció por su prelado siempre se halló en lo espiritual medrado y en lo temporal aumentado. Lloren, pues, los particulares religiosos la falta de un consuelo tan único. Pues donde este padre se hallaba todos en él tenían y hallaban, en sus dudas, seguridad, y en sus desconsuelos alivio. Pues su prudencia y caridad a nadie se negaba, y para todos era cumplida. Llórele el pueblo todo, pues pierde, en este gran sujeto, un ejemplo donde podían componer y reformar sus vidas con sola su vista. Fáltales un maestro en la cátedra y un apóstol en el púlpito. Las letras le han de echar de menos, pues pierden un defensor. Pues parece nacieron con él las ciencias. Aún no estaba ordenado de sacerdote ya leyó teología escolástica empleado por la Religión en el oficio de lector en el Colegio que la Religión tenía en nuestro convento de San José, de la villa de Mataró. Gócenle, enhorabuena, los cortesanos celestiales, alegres. Pues los desterrados de aquella celestial patria, tristes, le perdemos.

Esto poco se ha dicho de las virtudes y excelencias de este gran padre. Digo poco, y así lo confesarán los que han merecido conocerle. Y lo digo sin escrúpulo alguno, pues no he visto persona alguna que le haya conocido que, en llegando a hablar de él, no se haga lenguas en su honor, etc. Pido, pues, con mucha razón, perdón de mi atrevimiento en querer hablar y tocar en las virtudes de este héroe, y sacar en este papel la copia de una imagen tan primorosa con lo tosco de mi mano. Y sólo me puede servir de disculpa, mi deseo de que se imiten tantas virtudes como en él depositó la divina gracia”.

 

OBRA

1. Sermons, dictàmens i consultes.

Sense localitzar.

 

BIBLIOGRAFIA

Joan de Sant Josep. Anales. // Maixé Altés, Juan Carlos. “La colonia genovesa en Cataluña en los siglos XVII y XVIII: los Bensi”. I Congrés d’Història Moderna de Catalunya, I. Barcelona, 1984, p. 523-532. // Beltran Larroya 1986: 126-129, 131n, 132, 133, 393, 575. // Íd. 1990: 435-436. // Stewart, David. Assimilation and acculturation in Seventeenth Century Europe. Roussillion and France 1659-1715. Westport: Greenwood Press, 1997, p. 55.

 

ARXIU

ACDCB, Catálogo de los religiosos que han muerto en este convento [...] de Barcelona, p. 68-75: “Del P. Fr. Francisco de Jesús María, llamado el Genovés”.

[MGC]

 

 

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